Hervás, desde el Puente de Hierro

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Hervás, desde el Puente de Hierro / Óleo sobre tabla de 27 x 22 cm /  Pintor Alejandro Cabeza

EN NUESTRA CASA

Miro a lo alto, a donde mi voluntad aspira. El azul del cielo se confunde con el azul de las montañas: la tierra, hospitalaria y maternal, no desea defraudar a los exploradores llegados de lejanos mares. La meta se diría inalcanzable, pero el deseo aguijonea. Y el deseo, a menudo, es más denso que la lógica. Ésta no logra horadarlo; se vuelve inquebrantable, invencible. Es tan pesado que con él lastro mi red. Y la lanzo a tus pies, esperando que tú decidas enredarte en ella. Como yo elijo enredarme en las algas que te coronan la cabeza. Y espero emocionado, esperanzado, con el corazón saltarín, palpitante de ilusión. Porque soy aún, a pesar de todo, un ilusionista. Pero espero también colmo de zozobra. Porque el deseo es, además, impenetrable, y su opacidad no nos permite ver el mañana. Sin embargo confío: tú y yo hemos decidido apostar por ese mañana incierto, y para mí esas dos fes unidas certifican el milagro.
Miro a lo alto, a donde mi voluntan aspira. Desde aquí abajo, llegar a ella parece casi imposible. No obstante yo sé, la experiencia me lo dice, que en pocas horas habré tocado el cielo. Hace apenas un suspiro la meta parecía inalcanzable. Pero aquí estoy: hoy, ahora. Porque el deseo no conoce de límites razonables. Y es el ahora lo único que cuenta.
Una vez tuve un sueño en el que ascendía de otra mano. El sueño, como todos los sueños, se desvaneció con el día. Pero a la luz del sol, ante las ventanas que tú has abierto, entre los míos, aún quedan tus dedos.

(Salomé Guadalupe Ingelmo, Madrid, 3 de junio de 2011)