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Catedral de Málaga

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Catedral de Málaga en un óleo sobre tabla de 27 x 22 cm / Pintor Alejandro Cabeza 2008

A principios del siglo XVIII, se reanudaron los trabajos de finalización de la Catedral de Málaga, los cuales habían sido interrumpidos casi cien años antes. Los arquitectos de la época, como José de Bada, Antonio Ramos y Ventura Rodríguez, supervisados por el canónigo Tomás de Unzaga Amézaga y Paniza, advirtieron a los canónigos que si no se completaba lo que ya se había construido, el templo correría el riesgo de colapsar. De esta manera, se iniciaron las obras, comenzando desde la fachada actual hasta el comienzo del coro, donde se encontraba la parte ya construida e inaugurada en 1588.

Para financiar los enormes gastos de la obra, la Corona impuso un impuesto a los barcos que atracaban en Málaga después de la Guerra de Sucesión, exigiéndoles una cantidad por cada arroba de peso que transportaran. A lo largo del siglo XVIII, y especialmente desde 1776 cuando se liberalizó el comercio con América gracias a las labores de las familias Unzaga, Gálvez y Molina, los trabajos avanzaron rápidamente. A finales del siglo, los presupuestos para finalizar la obra se agotaron, ya que el rey Carlos III los destinó a través de los hermanos Ortega Monroy, canónigo y gentilhombre de Su Majestad, y del racionero canónigo Tomás de Unzaga Amézaga, a su hermano el gobernador de Luisiana, Luis de Unzaga y Amézaga, cuñado de Bernardo de Gálvez. Estos fondos se enviaron como ayuda a los estadounidenses que luchaban por su independencia de Inglaterra. En la actualidad, una lápida bilingüe conmemora este hecho, que en el pasado promovió el hermanamiento entre la ciudad de Mobile y Málaga.

Debido a esto, la construcción de la Catedral quedó inconclusa, faltando por construir una torre, de ahí su apodo de "La Manquita". Los fondos restantes del impuesto portuario se destinaron a la rehabilitación de caminos en Vélez Málaga y Antequera, la canalización de agua hacia Málaga a través del acueducto de San Telmo, el inicio del camino hacia Colmenar y el Monte Pío de la Hermandad de los Viñeros, principalmente para ayudar a las viudas y huérfanos de las milicias que participaron en la Revolución Americana.