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Iglesia de Hervás

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Iglesia de Hervás / Óleo sobre tabla de 40 x 30 cm / Pintor Alejandro Cabeza

Siguiendo con los paraísos de Extremadura vuelvo a otra versión de Hervás, composición sugerida para una gran obra de grandes dimensiones. Porque antes de lanzarse hay que prepararse, para ello algunas sugerencias de mi entrevista que siempre tengo muy presente.

La espontaneidad: Constituye un valor muy apreciado, especialmente entre los paisajistas. Muchas obras de arte se echan a perder por culpa de la insistencia. La frescura concede brillantez y naturalidad a los elementos, así como energía y vitalidad a la obra. La espontaneidad exige a su vez valentía. Y ésta ha de ser combinada con el juicio. La espontaneidad es un valor muy personal, y acaba convirtiéndose en una característica identificativa de los autores. En ella, inevitablemente, dejan su huella ciertos rasgos de la personalidad del pintor. Igual que cada ser humano habla, sonríe o anda de una forma, cada autor pinta de un modo peculiar. La espontaneidad a menudo permite captar la esencia en pocos trazos; depurando la realidad sin restarle belleza al resultado. En ocasiones la técnica no se revela muy buena amiga de la espontaneidad. La verdadera dificultad radica en saber combinar ambas con maestría.

La pulcritud: No hay nada tan desagradable como un cuadro en el que se ha perdido la identidad del color. Ello es tan grave que puede provocar, incluso, que se eche a perder toda la obra. Y es consecuencia de la ausencia de conocimientos respecto al color. Sin disciplina en el uso de los colores, atormentándolos arbitrariamente, se acaba provocando sensaciones chirriantes, inarmónicas, sin química cromática... El mal uso del negro, por ejemplo, desequilibra la gama cromática: “ensucia” los colores, anulando su natural identidad.


Fragmento extraido de (Ediciones COMOARTES, Colección Contemporáneos del Mundo 29, Serie Indagación sobre la memoria y el juicio, Madrid/México D. F., 2013.) “LA PINTURA ES MEMORIA HUMANA Y FRUTO”